Llevar
una alimentación sana que sea equilibrada y variada contribuye a mantener la
salud y el bienestar de una persona.
De hecho, tener unos hábitos alimentarios
saludables puede ayudar a prevenir enfermedades como la obesidad, la diabetes o
la arteriosclerosis.
Asimismo, una mala alimentación puede afectar al
desarrollo físico y mental, reducir el rendimiento o afectar al sistema
inmunológico, provocando que el organismo sea más vulnerable.
Es
recomendable controlar el consumo de azúcar y sal. En su lugar se pueden usar
condimentos como las hierbas y las especias, que aunque pequeñas contienen
muchas vitaminas y minerales, especialmente el perejil y el ajo.
Intenta
comer alimentos que contengan poca grasa. Opta, por grasas con un alto
contenido en ácidos grasos no saturados, como las grasas vegetales, entre ellas
especialmente el aceite de oliva.
Otro principio básico que se debe seguir en cualquier dieta
sana es ingerir suficiente líquido cada día.
Los expertos recomiendan beber al
menos 2 litros diarios de agua u otros líquidos como zumos naturales,
infusiones o caldos. Esta ingesta sirve para compensar la pérdida de fluidos
del organismo. En determinadas circunstancias puede ser necesario tomar más
líquido de lo normal, por ejemplo, en caso de fiebre, vómitos, diarrea o por
una actividad física intensa.
Una alimentación saludable debe incluir diariamente la
ingesta de cinco raciones de verduras y frutas. De esta forma se garantiza el
aporte de nutrientes importantes como las vitaminas y los minerales. También
los cereales, especialmente los integrales (pan, pasta, arroz...) deben formar
parte de una dieta equilibrada.
El modo de preparar los alimentos es también una parte
importante en la alimentación sana. Se recomienda cocer los alimentos a baja
temperatura y, a ser posible, con poca agua y poca grasa. Es más recomendable
utilizar técnicas de cocción como el papillote, al horno o al vapor y evitar
las frituras.
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